Blues de Tomatera, en Cólico Miserere

¿Dónde estará metido mi amigo Tomatera?
Tal vez en la otra punta de estas vías difuntas
o de la Ruta 7,
enfrentado a torcidos vinos de manicomio
en mostradores sacros.
Hace años visitamos un bar plagado y blando
entre cuya trastienda funcionaba el vestíbulo
de un asilo de insanos
(aclaro para bobos bebedores de leche:
también así se llama un blues de Willy Dixon);
Tomatera jugaba carambolas sin ángulos,
en tanto yo comía milanesas azules.
Tomatera cantaba con voz de vaca muerta
los blues que le nacían
de su alma de tren roto
o besaba los belfos
de lata de su armónica
tal como si chupara una concha de plata:
mi amigo Tomatera era doctor en blues.

Bebía en bolsas de nailon,
en vasos de bohemia, en sombreros de copa,
en zapatos, en úteros,
en ollas, en violines
(nada de Joe Venutti: violines de hospital);
bebía un aguardiente baratísimo y brujo,
llamado "Raposeira"
que convertía los hombre en caballos violetas.
Y después que bebía su cabeza se hinchaba,
parecía una luna enferma de las muelas.
Yo no vi a nadie beber tanto como él bebía
(solo a su primo Milton)

Los gays y las mujeres,
con sus blisters de angustia, sus gillets y su rímel,
seguían a Tomatera hasta el baño del bar
o al baño del Infierno,
pero él los olvidaba:
él buscaba el fantasma, el fantasma rosado
(del color de los cerdos o del atardecer)
que había carneado su alma
hacía muchas botellas.

¿Dónde estará metido mi amigo Tomatera?
Recuerdo su cabeza como una luna diurna
enferma de las muelas
cuando el sol como un tifus
o como una mortífera cumbia fosforescente
nos echaba del bar:
Tomatera y su banda detestaban la luz.

¿Dónde estará metido mi amigo Tomatera?
¿(Oh) dónde estará metido (nena)?
Tal vez en la otra punta de estas vías difuntas
o de la Ruta 7
tras de vinos siquiátricos o inmensos mostradores