Eternos Crepúsculos

¿Es la noche... es el día?...
Nadie lo sabe y a nadie le importa.
Un extraño sortilegio de lunas y soles
Se desploma sobre una nube tornasolada,
En la que un ángel, con infantiles movimientos lúdicos,
Sostiene una cuerda de oro amarrada a la cintura
De la intemporal figura que desliza sus pasos apagados
Por caminos inefables de ancestros y herederos,
Por momentos moviéndose pesadamente entre amenazadores pastizales
Que se erigen misteriosamente a su paso,
Como lanzas al rojo vivo,
Otras veces, andando por desolados senderos
Bordeados de árboles transformados en piedra
Por algún extraño hechizo,
Arrastrando su osamenta por charcos pútridos,
Como pantanos plagados de horror y muerte.
¿Cuál es su misión?...
¿Hacia dónde lo dirige el ángel juguetón con su brida de oro?...
Acaso a recuperar su antiguo y glorioso estandarte,
Convertido en tan sólo un viejo esternón amarillento y frágil.
¿Cuánto tendrá que andar sobre las llagas de sus pies cansados
Hasta recuperar su gallarda cabalgadura,
Para convertir su deleznable sayal maloliente
En las deslumbrantes vestiduras de ayer,
Para erigir su desmoronado esqueleto
Y cubrirlo nuevamente con el imponente aspecto de su cuerpo férreo,
Para llenar las tenebrosas cuencas de sus ojos
Con la ambivalente mirada que amedrentó enemigos en batalla
Y enamoró doncellas en palacios?
Adelante... adelante, torvo espectro bañado de espuma marina
Y sangre de estrellas apagadas,
Te acompaña un conjuro de notas
Y un concierto de furiosos tizones
Te impulsan a tu incierto destino.

Desandando el derrotero que siguiera antaño,
Con la gallarda esbeltez de la victoria,
Una silueta sin sombras ni contornos
Se detiene en la umbría oquedad de un bosque nocturnal.
¿Ha cumplido el Heraldo su misión?...
Tal vez si, pero al apagarse las notas de su concierto,
En medio de un silencio de eternos crepúsculos,
Seguirá buscando una alborada
En el corazón mismo
De un peñasco en el camino.



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