Camotero
En el anochecer, cuando,
en este edificio de condominio situado en el último tramo de la
avenida Río Mixcoac,
tecleaba yo una porción de la urgida prosa con la que cotidianamente
me gano la vida, sonó el pregón no verbal pero casi humano del
carrito camotero, o, para ser más preciso,
sonó el chiflido entre dolido y tiernamente melancólico del carrito
del vendedor de camotes y plátanos asados, ese vehículo tubular, d
e metal, con humeante chimenea,
que parece una pequeña locomotora y que emite un
ululato como de trenecito que parte o que llega.
El sonido causado por la exhalación del vapor caliente a través de la
enhiesta chimenea de hojalata,
el largo soplo de tono casi lamentoso que tantas veces oí en el
barrio de San Miguel de mi niñez y que no sé si definir como chiflido
en tono grave, o como ululato,
o como pitido bitonal (que es como lo define mi amigo el poeta
Gerardo Deniz, que cuando niño también lo oía en el barrio de San
Rafael) me fulminó de nostalgia:
era como el suspiro agónico de la ciudad de México de muchos años
atrás, de cuando era la Ciudad de "la región más transparente del
aire", y aún no esta ya casi
invivible Esmógico City de nuestro descontento.
La ráfaga de nostalgia me llevó a la ventana con el intento de
atisbar al legendario "trenecito" camotero; y allá, tras el cristal,
en el cercano tramo de Río Mixcoac, entreví, en efecto, a
l carrito empujado, se diría que centímetro a centímetro, po
r el heroico vendedor de camotes que trataba de abrirse camino dentro
de la marabunta de autos particulares y taxis y autobuses de
pasajeros y camiones de carga que,
detenidos intermitentemente por los semáforos del cruce de avenidas,
runflaban, petardeaban, tosían,
claxoneaban como desesperados por llegar...
a otro cruce de semáforos.
¿Cómo se habían metido el camotero y su transportadorcito
en aquel torrente de lentísimo y casi imperceptible fluir?
No sé, pero el bitonal ululato de la chimenea
pregonera sonaba como el aullido de quien clama auxilio.
en este edificio de condominio situado en el último tramo de la
avenida Río Mixcoac,
tecleaba yo una porción de la urgida prosa con la que cotidianamente
me gano la vida, sonó el pregón no verbal pero casi humano del
carrito camotero, o, para ser más preciso,
sonó el chiflido entre dolido y tiernamente melancólico del carrito
del vendedor de camotes y plátanos asados, ese vehículo tubular, d
e metal, con humeante chimenea,
que parece una pequeña locomotora y que emite un
ululato como de trenecito que parte o que llega.
El sonido causado por la exhalación del vapor caliente a través de la
enhiesta chimenea de hojalata,
el largo soplo de tono casi lamentoso que tantas veces oí en el
barrio de San Miguel de mi niñez y que no sé si definir como chiflido
en tono grave, o como ululato,
o como pitido bitonal (que es como lo define mi amigo el poeta
Gerardo Deniz, que cuando niño también lo oía en el barrio de San
Rafael) me fulminó de nostalgia:
era como el suspiro agónico de la ciudad de México de muchos años
atrás, de cuando era la Ciudad de "la región más transparente del
aire", y aún no esta ya casi
invivible Esmógico City de nuestro descontento.
La ráfaga de nostalgia me llevó a la ventana con el intento de
atisbar al legendario "trenecito" camotero; y allá, tras el cristal,
en el cercano tramo de Río Mixcoac, entreví, en efecto, a
l carrito empujado, se diría que centímetro a centímetro, po
r el heroico vendedor de camotes que trataba de abrirse camino dentro
de la marabunta de autos particulares y taxis y autobuses de
pasajeros y camiones de carga que,
detenidos intermitentemente por los semáforos del cruce de avenidas,
runflaban, petardeaban, tosían,
claxoneaban como desesperados por llegar...
a otro cruce de semáforos.
¿Cómo se habían metido el camotero y su transportadorcito
en aquel torrente de lentísimo y casi imperceptible fluir?
No sé, pero el bitonal ululato de la chimenea
pregonera sonaba como el aullido de quien clama auxilio.
Credits
Writer(s): Diego Galaz Ballesteros, Jorge Arribas Picon
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