Quirama, El Gran Guerrero (Relato)
Hace quinientos años
entre el negro vientre de la tierra nació un guerrero,
el más antiguo guardián de los Maumí. Quirama era su nombre.
Su voz llegó desde el cerro oscurecido como un trueno.
Era descendiente de los Tahamíes,
una tribu antigua que custodiaba los tres ríos de oro
portadores de la sabiduría de la muerte.
Heredero de la máscara del jaguar
y de la lanza hecha con sus mismas garras.
Cuando golpeaba las piedras,
se enardecían los cielos con los estruendos más feroces.
Su lengua era el huetar
y solo aquellos hombres que habían atravesado el gran cañón
podían comprenderla.
En las tardes brumosas el gran guerrero
escalaba la montaña de la cascada Potosí.
Allí limpiaba sus garras y meditaba en la noche negra de su muerte.
Cierto día, estando en el alcor de la montaña,
vio venir la gran serpiente.
El color rojizo de su movimiento
era oráculo de los días de guerra venideros.
Quirama le preguntó: "¿Por qué el espanto, por qué el horror?
¿Acaso hay muerte entre nuestras casas?".
Respondió la serpiente: "Del norte vienen las aves negras,
traen en sus bocas pena y dolor.
Sus alas hablan de una guerra, sus cantos cuentan que no habrá sol".
Y el gran guerrero alzó su lanza y pidió consejo al gran espíritu.
Cerró sus ojos y entró en las aguas
que como gotas de luz lo cubrieron.
Hizo su canto ritual,
tomó su máscara de jaguar y bajó corriendo hasta su destino.
Los ríos se ensombrecieron
y una tormenta embravecida sacudió la selva.
Más de dos mil calaveras desembarcaron del navío a la tierra verde.
Un olor a sangre se percibió en el bosque
y el sol de oriente se cubrió de frío.
Desde lejos, el gran guerrero los observaba
y comprendía la oscuridad de sus ojos:
"Han llegado los hombres muertos, del otro mundo vienen cantando
oscuros cantos que son lamentos para esta tierra.
Quieren secar las fuentes y ahogar las voces de mis ancestros.
En sus manos solo hay veneno y muerte.
No comprenden la palabra de nuestras piedras
y han olvidado que entre sus venas corrió la savia alguna vez.
Sus hachas cortan nuestros árboles y roban el oro que aquí nació".
Gritó el guerrero: "¡Yo soy Quirama! Y nadie vive después del trueno.
Ustedes muertos no ven la magia de estas tierras que yo custodio.
Alejen sus pies de hueso. Este es mi vientre y en él habito.
Yo invoco a todos los ancestros que al otro mundo han cruzado.
Les pido la fuerza del jaguar para que mi rugido aturda las espadas.
Golpeo estas piedras para que se encienda el cielo
y ahuyente los sombríos pasos.
¡Yo soy Quirama, el gran guerrero!".
Y de las sombras llegaron todos los lémures a proteger las selvas.
Su abuelo Maitimí y su abuela Capirú
caminaban al frente del gran guerrero.
Todos los felinos de la selva, jaguares y tigrillos rugieron a la par.
Las serpientes custodiaron los caminos del río
y algunas aves vigilantes cantaron
para aturdir los pasos negros de la muerte.
Las tribus del Nare y los Nutabes del río Cauca
y del Porce también se unieron a este canto.
Es legendaria la batalla de los lémures
que acompañaron al gran guerrero de ojos como fuego.
Hirieron la boca de la ambición, cortaron la lengua de la mentira.
Batallaron sin miedo al tiempo negro, venciendo la muerte.
Hace quinientos años
entre el negro vientre de la tierra nació un guerrero,
el más antiguo guardián de los Maumí. ¡Quirama era su nombre!
Su espíritu sigue altivo entre las montañas
y unido al viento del gran cañón.
entre el negro vientre de la tierra nació un guerrero,
el más antiguo guardián de los Maumí. Quirama era su nombre.
Su voz llegó desde el cerro oscurecido como un trueno.
Era descendiente de los Tahamíes,
una tribu antigua que custodiaba los tres ríos de oro
portadores de la sabiduría de la muerte.
Heredero de la máscara del jaguar
y de la lanza hecha con sus mismas garras.
Cuando golpeaba las piedras,
se enardecían los cielos con los estruendos más feroces.
Su lengua era el huetar
y solo aquellos hombres que habían atravesado el gran cañón
podían comprenderla.
En las tardes brumosas el gran guerrero
escalaba la montaña de la cascada Potosí.
Allí limpiaba sus garras y meditaba en la noche negra de su muerte.
Cierto día, estando en el alcor de la montaña,
vio venir la gran serpiente.
El color rojizo de su movimiento
era oráculo de los días de guerra venideros.
Quirama le preguntó: "¿Por qué el espanto, por qué el horror?
¿Acaso hay muerte entre nuestras casas?".
Respondió la serpiente: "Del norte vienen las aves negras,
traen en sus bocas pena y dolor.
Sus alas hablan de una guerra, sus cantos cuentan que no habrá sol".
Y el gran guerrero alzó su lanza y pidió consejo al gran espíritu.
Cerró sus ojos y entró en las aguas
que como gotas de luz lo cubrieron.
Hizo su canto ritual,
tomó su máscara de jaguar y bajó corriendo hasta su destino.
Los ríos se ensombrecieron
y una tormenta embravecida sacudió la selva.
Más de dos mil calaveras desembarcaron del navío a la tierra verde.
Un olor a sangre se percibió en el bosque
y el sol de oriente se cubrió de frío.
Desde lejos, el gran guerrero los observaba
y comprendía la oscuridad de sus ojos:
"Han llegado los hombres muertos, del otro mundo vienen cantando
oscuros cantos que son lamentos para esta tierra.
Quieren secar las fuentes y ahogar las voces de mis ancestros.
En sus manos solo hay veneno y muerte.
No comprenden la palabra de nuestras piedras
y han olvidado que entre sus venas corrió la savia alguna vez.
Sus hachas cortan nuestros árboles y roban el oro que aquí nació".
Gritó el guerrero: "¡Yo soy Quirama! Y nadie vive después del trueno.
Ustedes muertos no ven la magia de estas tierras que yo custodio.
Alejen sus pies de hueso. Este es mi vientre y en él habito.
Yo invoco a todos los ancestros que al otro mundo han cruzado.
Les pido la fuerza del jaguar para que mi rugido aturda las espadas.
Golpeo estas piedras para que se encienda el cielo
y ahuyente los sombríos pasos.
¡Yo soy Quirama, el gran guerrero!".
Y de las sombras llegaron todos los lémures a proteger las selvas.
Su abuelo Maitimí y su abuela Capirú
caminaban al frente del gran guerrero.
Todos los felinos de la selva, jaguares y tigrillos rugieron a la par.
Las serpientes custodiaron los caminos del río
y algunas aves vigilantes cantaron
para aturdir los pasos negros de la muerte.
Las tribus del Nare y los Nutabes del río Cauca
y del Porce también se unieron a este canto.
Es legendaria la batalla de los lémures
que acompañaron al gran guerrero de ojos como fuego.
Hirieron la boca de la ambición, cortaron la lengua de la mentira.
Batallaron sin miedo al tiempo negro, venciendo la muerte.
Hace quinientos años
entre el negro vientre de la tierra nació un guerrero,
el más antiguo guardián de los Maumí. ¡Quirama era su nombre!
Su espíritu sigue altivo entre las montañas
y unido al viento del gran cañón.
Credits
Writer(s): Julian David Trujillo Moreno
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